Presume el gobierno y sus medios afines de que su reforma laboral es la primera en décadas que no posee un carácter regresivo. Aún siendo esto incluso discutible en algún punto (como por ejemplo, la posibilidad de que se puedan hacer contratos temporales para cubrir vacaciones, algo completamente previsible y que la empresa debería organizar con una plantilla estable) desde CNT nos parece un detalle sin importancia. Una manifestación así solo puede venir desde la ceguera más necia posible, que es la ceguera voluntaria, al pasar de largo como esta reforma laboral no puede leerse sin tener en cuenta la disposición a la ofensiva de la patronal en los últimos años.
Las anteriores reformas laborales, del PSOE (2010) y sobretodo la del PP (2012) constituyeron un punto de inflexión en las políticas laborales de este país. Estas reformas laborales, venían a socavar el ya débil papel “proteccionista” de la legislación laboral, dentro del marco que se ha venido conociendo como “Estado del bienestar”, para desviar el centro del ordenamiento jurídico hacia la empresa entendida como una suerte de coto privado de caza de la patronal donde explotar a las fuerzas productivas con el foco puesto en la maximización de beneficios. Esto se ve muy claro, por ejemplo, en uno de sus elementos vertebradores: la capacidad de tomar medidas contra los trabajadores (desde despidos, descuelgues de convenio o modificaciones de las condiciones de trabajo) por disminución de beneficios. Ojo, no que la empresa pierda (que también, incluso vale con la simple previsión de pérdidas) si no que gane menos.
No puede verse la reforma de 2012 como una reforma regresiva de tantas. Y hay que tener en cuenta que la reforma laboral de Yolanda Díaz tiene como protagonistas otros aspectos de la legislación, y apenas interviene en las medidas adoptadas por el gobierno de Rajoy, de manera que es radicalmente falso que la reforma del actual gobierno suponga un cambio de paradigma. En palabras de la CEOE, la reforma laboral de la ministra del PCE “consolida el modelo laboral actual”.
Pero no solo “consolida” el modelo laboral emanado de la reforma del PP, sino que le regala el “consenso social” de la que esta no disfrutaba. Hasta hace menos de un año, derogar la reforma laboral era un objetivo compartido por el amplio espectro del sindicalismo, pese a que debemos recordar la tibia respuesta de los sindicatos de concertación contra las medidas de Rajoy. Pero estos firman ahora una reforma laboral que mantiene intacto el esqueleto de lo que antes parecía inaceptable, incluidos sus aspectos más lesivos. Esto no hace más que constatar la debilidad con la que se encuentra nuestra clase. El resultado de esta reforma laboral no es ninguna sorpresa… ¿acaso pensábamos arañar si quiera algún ápice de victoria sin generar el más mínimo clima de movilización y confrontación? Pero la peor puñalada es la fórmula del acuerdo: el “diálogo social”, que anula el inherente e ineludible antagonismo entre la clase trabajadora y la patronal. En el “triunfo del diálogo social” pierde nuestra clase. Esto, unido al triunfalismo del gobierno-más-progresista-de-la-vía-láctea, capaz de vender este café descafeinao como un “triunfo histórico para la clase trabajadora” supone la extensión de un relato que desincentiva la lucha y la autoorganización sindical.
Estos tres elementos (la envoltura de consenso de medidas neoliberales, el marco del diálogo social, y el triunfalismo barato) suponen de partida un palo en la rueda de las luchas obreras. La reforma laboral, por otro lado, tiene un efecto ilusionista que está siendo hábilmente explotado por gobierno y sindicatos afines. Sabíamos que las estadísticas de contratos indefinidos se iban a disparar. Esto es obvio si los nuevos supuestos que ahora acoge la modalidad del contrato fijo-discontinuo vienen a absorber los contratos que anteriormente se realizaban en fraude bajo la fórmula del extinto “obra y servicio”. Lo estamos viendo en diversos sectores, como la hostelería, así como en la cobertura de contratas y subcontratas: la jurisprudencia venía marcando que no era legal recurrir a la contratación temporal para cubrir contratas, por lo que la reforma laboral deriva estos contratos en fraude al fijo-discontinuo. En las estadísticas crecerán los “indefinidos”, pero nuestra relación con el empleo seguirá teniendo un carácter temporal, y por lo tanto, precario. El maquillaje es tan fino, que incluso en los periodos de inactividad de los fijo-discontinuos contaremos como trabajadores con contrato indefinido y en activo. Es más, el truco es tan tan bueno, que incluso las empresas de trabajo TEMPORAL podrán realizar contratos INDEFINIDOS.
Lo que consigue esta reforma laboral es que el contrato indefinido cada vez suponga menos garantía de nada. Una reforma que no ha tocado ni una sola coma en materia de indemnizaciones por despido, en las causas para ejecutar los mismos (o para realizar ERE’s o modificación de las condiciones laborales), ni los salarios de tramitación, etc. no consigue otra cosa que apuntalar el despido libre y barato, tan solo aumentando unos cuantos días de salario por año trabajado. Un ejemplo muy significativo es el caso de una buena parte de trabajadoras y trabajadores de la investigación, quienes venían encadenando contratos temporales precarios asociados a proyectos concretos. Muchos de estos contratos serán ahora indefinidos, aunque las partidas presupuestarias para los proyectos, las cuales ya contemplan la indemnización por la extinción de la relación laboral, sigan siendo las mismas. Esto no supone otra cosa que el aumento de 8 días más de sueldo en el finiquito de una relación laboral, que por otra parte, se ajusta a un presupuesto que no ha variado. Doble pirueta para el gobierno, que presumirá de acabar con la temporalidad y de actuar contra la precariedad en la ciencia. Quizá este sea el cambio del paradigma del que habla Yolanda, el paradigma del ilusionismo y el trampantojo.
Como broche final a la función, mientras CCOO y UGT celebran la reforma laboral, la CEOE anima a las empresas a los descuelgues de convenio, gracias a que pueden seguir haciéndose de la misma manera que desde 2012. Esto nos señala el lamentable estado de la negociación colectiva en este país, que la recuperación de la “ultraactividad” no ha restaurado, sostenida por un modelo sindical que no ha traído sino derrotas en los últimos cuarenta años.
Esto último nos empuja a acudir a la matriz de la situación en la que nos encontramos. Nos urge poner en boga un sindicalismo que busque su legitimidad en la implantación y la afiliación, y no en la delegación, a fin de construir desde abajo -es decir, empresa por empresa-, las bases capaces de lograr y sostener una negociación colectiva sólida, que base su razón de ser en la obediencia a los intereses de su clase, que recupere el conflicto y deseche la farsa del diálogo social. En definitiva, en trabajar por construir una correlación de fuerzas favorable para nuestra gente. Solo de esta manera podremos tumbar la reforma laboral, ganando posiciones en la guerra de clases. Es hora de abandonar la queja y ponerse manos a la obra.