Salud mental y sindicalismo

REFLEXIONES SOBRE SALUD MENTAL, SINDICALISMO Y MUJERES

El 5 de marzo participamos en un acto que organizamos desde el Frente Feminista Sindical de Granada (junto a CGT, USTEA y SAT), en el que hablamos sobre salud mental, género y sindicalismo. Aquí dejamos las reflexiones que compartimos.

Como mujeres trabajadoras y sindicalistas, conocemos bien la dificultad de mantener nuestra salud mental en una sociedad en la que el capital y el patriarcado nos atraviesa con sus violencias, una sociedad en la que nos quieren sumisas y explotadas, o muertas.

Y vemos indispensable hablar de salud mental, ya que el capitalismo está tratando de apropiarse del discurso de la salud mental para mantener sus privilegios intactos y seguir explotando a la clase obrera, con la idea de que la prosperidad y el bienestar vienen del esfuerzo y el trabajo duro, que la precariedad ocurre cuando no nos hemos centrado lo suficiente en conseguir nuestras metas. Tenemos problemas para acceder a una vivienda, para pagar las facturas, alimentos, productos básicos…. Los precios son desorbitados y los salarios siguen igual o peor. La clase obrera sangra y sufre y se siente culpable de esta situación, porque nos enseñaron que en este sistema sobrevivimos si queremos, si le ponemos ganas. Esto lleva a normalizar la explotación laboral, a intentar superarnos cada día, a ponerle empeño para salir del hoyo en el que estamos. Y si creemos que merecemos lo que nos pasa, ¿en qué momento se nos iba a ocurrir afiliarnos a un sindicato para mejorar nuestras condiciones laborales?

Y en el caso de las mujeres trabajadoras, a la culpabilidad de ser precarias, se une la culpabilidad que nos impone el patriarcado de que también merecemos la violencia que recibimos por ser mujeres. A nosotras nos enseñaron a no levantar la voz, a ser sumisas y no dar la nota, por si parecemos histéricas. Y como mujeres trabajadoras enfrentamos unas violencias en nuestros puestos de trabajo que solo sufrimos nosotras, desde la presión estética, a la falta de formación y experiencia porque sobre nosotras sigue recayendo gran parte de las tareas del hogar y los cuidados pasando por el acoso y abuso sexual.

Pero reivindicar condiciones dignas se hace más difícil cuando somos nosotras quienes las denunciamos. Los roles de género están presentes y aparecen aquí para acallar nuestras voces porque si denunciamos acoso, se nos tacha de exageradas. Si denunciamos condiciones duras de trabajo, se traduce en que somos demasiado flojas y débiles. Con la luz de gas que recibimos, fuera y dentro de nuestros ámbitos laborales, acabamos interiorizando que parte de ser mujer es aguantar las violencias. No solo las aguantamos, las normalizamos. Al igual que un maltratador hace creer a la víctima que es una persona horrible, que no merece la pena y que nadie la va a querer, los jefes utilizan la misma estrategia con las trabajadoras. Nos sentimos entonces, insuficientes, avergonzadas. En ambos casos, agradecidas por tener un trabajo o por tener una pareja que nos aguante a pesar de lo poco que merecemos amor, respeto y dignidad.

Con ello, nuestra salud mental acaba por los suelos. Y tampoco identificamos bien por qué, porque siempre dijeron que las mujeres somos más emocionales que los hombres y creemos que quizás por eso tendemos a padecer más problemas de salud mental. Pero quizás tenga más que ver con la cantidad de violencias que enfrentamos en el día a día. Quizás tenga que ver con que la salud mental hegemónica tampoco nos ayuda, reproduciendo los mismos discursos capitalistas sobre esforzarse para estar mejor, sobre centrarse en lo bonito de la vida y dejar atrás lo negativo. Pero no podemos centrarnos en lo bonito cuando nos están explotando y matando.

Por ello, el anarcosindicalismo nos parece una herramienta indispensable. Los apoyos y los cuidados que se fraguan dentro del sindicato nos ayudan a desmontar las creencias interiorizadas sobre que somos merecedoras de la explotación y del maltrato. El anarcosindicalismo también es, sobre todo, cuidar de las compañeras y arroparlas. Pelear por problemas colectivos que nos hicieron creer que eran individuales. La lucha es el único camino y los del otro bando lo saben.

Sigamos luchando y organizándonos porque, compañeras, nos va la vida en ello